Por.-Elizabeth Burgos
Si el afán de poder es de por sí un rasgo al límite del desarreglo mental, el ejercicio del poder somete a una presión que puede llegar a situaciones límites. Si no se posee la fuerza mental capaz de preservar el equilibrio indispensable para ese ejercicio, las consecuencias pueden ser fatales.
Hermann Broch nos legó un monumental tratado relativo a la locura colectiva que puede ampararse de las masas y suscitar catástrofes como el nazismo; fenómeno que le inspiró su Teoría de la locura de las masas. Sin embargo, la locura individual que aqueja a un individuo cuya idea obsesiva es el poder, poco se ha estudiado como para establecer un tratado teórico al respecto. Cleomenes o el rey loco, de Georges Devereux estudia el caso del comportamiento errático de un gobernante aquejado de paranoia, pero es un estudio sobre un individuo, no un tratado que pueda aclararnos sobre el deseo de poder como patología mental.
En un régimen democrático, los períodos presidenciales están regidos por las normas constitucionales y son acatados. Para su tranquilidad mental, quien ejerce el poder en un régimen democrático, sabe que la presión cesará al término de su mandato y podrá respirar libremente. En América Latina numerosos ejemplos a través de la historia, demuestran la tendencia general de perpetuarse en el poder. Las dictaduras, lo hacen sin disimulo. Sin embargo, la tendencia no ha desaparecido. Tras haberle puesto término a la racha de dictaduras, habiéndose sumado al consenso global del régimen democrático, algunos candidato recurren a la reforma de la Constitución para repetir un nuevo periodo presidencial: fue el caso de Fernando Henrique Cardoso en el Brasil, y el de Uribe en Colombia. Cuando ya han agotado esa posibilidad, el caso de Lula Da Silva, que después de la reelección debía esperar un periodo para presentarse de nuevo, recurrió a Dilma Russef para que le guardara el puesto. Esta es la causa del desarreglo político-institucional que aqueja hoy al Brasil. En la Argentina la pareja Kirchner, fue más directa en la preservación del poder. Se lo pasaron de marido a mujer. Aconsejada por el papa Francisco, Cristina Kirchner, a su salida del cargo, renunció a imponer a su hijo como candidato. Pero ella persiste, agazapada, pese a los crímenes y a los robos millonarios, esperando una nueva oportunidad.
En cambio, la presidencia vitalicia, o el régimen vitalicio – modelo que persistirá en Cuba según las modalidades que le impongan las circunstancias – que es la fuente del ejercicio del poder a la manera del castrismo, los inscribe directamente en la Constitución. Esta nueva modalidad de gobierno vitalicio apareció al calor de la metamorfosis operada por el castrismo tras su abandono del dogma de la lucha armada y optar por la instrumentalización de las normas electorales de la democracia. Esta metamorfosis no la realizó Castro de buena gana; simplemente vio de la necesidad de adaptarse a la nueva era democrática o perdería la influencia continental que había cuidadosamente cultivado desde 1959. Y como buen converso, la fidelidad a su creencia primigenia, la prosiguió de manera taimada. Elecciones en lugar de lucha armada, a condición de instaurar una dictadura institucional y una presidencia vitalicia.
Al aceptar se celebraran elecciones en Nicaragua, pese a la victoria militar sandinista, inauguró la nueva modalidad de actuar del castrismo y la instrumentalización institucional para llegar a la misma conclusión : el poder vitalicio y a sus consecuencias patológicas.
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Nicaragua constituye el mejor ejemplo del laboratorio electivo castrista aplicado en Venezuela, Bolivia, y en el Ecuador bajo la presidencia de Rafael Correa. Por ahora Colombia y el Perú han logrado vadear el peligro. Las demostraciones de desequilibrio mental y de patologías, no necesita detenerse en ellas. Las de Fidel Castro llegaron a convertirse en su modo de ser. Que mejor ejemplo que el de Chávez, no sólo fueron patentes sus desarreglos mentales, sino que terminaron por dañarle el cuerpo. Los derrapes de Evo Morales son innumerables y constantes.
Prácticamente desde la toma del poder por el sandinismo a la caída de Somoza, Daniel Ortega y Rosario Murillo, han monopolizado el poder en Nicaragua. Las anomalías del comportamiento de ambos, son de conocimiento público. Un hecho singular del poder en Nicaragua, es el grado de perversión en relación a la mujer de algunos de los miembros de la jerarquía sandinista. Daniel Ortega abusó de su hijastra desde su tierna edad con el consentimiento de Rosario Murillo, la madre de la niña.
Parece que al ser sometido el caso al sacerdote Manuel Descoto, le dijo a la hijastra de Ortega, que debería verlo como un don que le hacía a un héroe que dedicaba su vida al bienestar del pueblo. El joven chofer sandinista de Tomás Borge, figura histórica ,“héroe de la revolución” y ministro del interior , renunció a su cargo asqueado por la conducta de Borge que condicionaba el permiso de visitas a las esposas de los guardias somocistas presos, a que le otorgaran servicios sexuales.
Una fuerte oposición de fuerzas democráticas contra el carácter represivo del poder sandinista surgió desde el comienzo de la instauración del régimen presidido por Ortega, que terminó en enfrentamiento armado apoyado por EE.UU. que, por supuesto, no admitía la instauración de un régimen apéndice de La Habana, puso en jaque al poder de Ortega y compañía.
Acosado por la guerra interna de la “Contra”, y la actitud decidida de Reagan, al sandinismo no le quedó otra opción que aceptar la celebración de elecciones presidenciales, que por presión internacional, aparecía como la condición ineludible para el término de la guerra. En realidad se debería decir que a Fidel Castro no le quedó otra opción, que plegarse a la condición de la comunidad internacional. Se debe recordar que corría el año 1990, Fidel Castro vivía el momento más débil de su liderazgo internacional: estaba perdiendo el apoyo soviético que lo había izado al rango de los grandes de la geopolítica.
Gorbachov y la Perestroika modificaran totalmente el escenario geopolítico mundial y por ende el de la guerra en Centro América. Y a nivel de la opinión pública cubana, el trauma del fusilamiento del general Arnaldo Ochoa y del teniente-coronel Antonio de La Guardia, un año antes, todavía estaba muy presente. Además la crisis centroamericana coincidía con los gobiernos de François Mitterrand, y de Carlos Andrés Pérez, aunado a la presencia en el Secretario General de la ONU, el peruano Xavier Pérez de Cuellar, además de México y Colombia. Todos ellos obraron de manera conjunta y cohesionada para que el conflicto desembocara en las elecciones que tuvieron lugar en febrero 1990, saliendo elegida doña Violeta Chamorro. Las negociaciones de paz en Centro América y la colaboración de igual a igual entre algunos países latinoamericanos y Francia, revisten un caso de ejemplaridad diplomática pocas veces visto. Vale la pena recordar el papel preponderante jugado por CAP en ese contexto y en la elección de doña Violeta; tal vez, algún día los archivos demuestren, que la actitud decidida de CAP por la instauración de la alternancia en democracia en Nicaragua, le costó la presidencia. El alto nivel profesional de instrumentalización de la conjura jurídica que lo inhabilitó de la presidencia, no es usual, y nos recuerda la destreza que posee el aparato cubano en sus múltiples modalidades de acción. A un alto funcionario de la CIA jubilado, en una intervención en un coloquio, le escuché decir : “nuestro error fue el de considerar los servicios cubano como un simple servicio de un país latinoamericano, cuando en realidad son tan profesionales como el Mossad o los servicios británicos”. Se podría entonces deducir, que la tragedia que vive hoy Venezuela, sea una consecuencia de la venganza de Fidel Castro, cuya memoria nunca olvidaba ningún revés, de allí su lema :”Nosotros transformamos el revés en victoria”.
Fidel Castro al recibir la noticia del resultado de la elección en Nicaragua, exclamó furioso : “nunca más perderemos una elección”. (esto deberían tenerlo muy en cuenta quienes confían en la posibilidad de una solución electoral). Por su parte, los sandinistas seguros de ganar pues poseían todas las ventajas al disponer de los medios del Estado, además de un poder ilimitado de movilización de la población, habían anunciado de antemano la victoria, y ya la estaban celebrando, cuando recibieron la noticia. Pero no podían negar el 14% de doña Violeta sobre el porcentaje de Daniel Ortega : 2000 observadores internacionales y 1000 periodistas habían acudido a Nicaragua supervisar las elecciones. El estado de choque fue tal, que de inmediato, la cúpula sandinista se dedicó a “la piñata”, como se le llamó al saqueo de todo cuanto existía de valor en el país.
La izquierda francesa, siempre propensa a mirar con simpatía todo movimiento que se diga progresista o revolucionario proveniente de América Latina, ante la imposibilidad de negar los signos reñidos con la democracia de gobiernos que apoyan y admiran, que asesinan jóvenes manifestantes, algunos distinguidos analistas se han dado a la tarea de configurar el perfil de estos regímenes que considero un producto de la metamorfosis del castrismo, de lucha armada, a la lucha instrumentalizando la democracia para mejor comerse las instituciones. Una de esas categorizaciones me ha llamado la atención : el de “democracia hegemónica”, lo que vendría a ser une contradicción en si, pero no importe, se trata de América Latina que no está exenta de una contradicción más.