Por Eddo Polesel
***Urge encontrar una salida lo más pronto posible a la tragedia venezolana, porque la paciencia de la ciudadanía reventará en una explosión social.
La diáspora se refiere al hecho histórico causado por la división del reino de Salomón (965-928) a. C., a la dispersión del pueblo de Israel en el mundo. En la modernidad, en Venezuela se han formado dos reinados: uno como lo define la oposición qué es la que nos mal gobierna y el otro que debería ser de la oposición la cual, por no ejercerla plenamente, se ha convertido en colaboracionista del gobierno que adversa. Esta situación de contraposiciones antagónicas se ha convertido en la actualidad en la tragedia que vivimos porque ambos no colaboran entre sí y porque los dos modelos, por su idealización política, no son compatibles.
Así que, tanto el uno como el otro se han venido convirtiendo en cómplices del aborto al cual hemos llegado, porque está demostrado que el que nos gobierna -si por gobierno se entiende un tipo de gobernanza que beneficie al colectivo nacional- demuestra todo lo contrario y el otro porque pretende vencer a su rival, no tanto para solucionar los problemas sino para ocupar el poder. Esta forma totalmente contrapuesta ha dado como resultante una gobernabilidad negativa, por las fuerzas que se han venido neutralizando, llevando a la comunidad nacional a sufrir las calamidades que esta situación ha generado cosa que -por lo visto- no parece preocupar a los políticos. Los oficialistas solo buscan mantenerse por todos los medios en el poder y los opositores tratan de conquistarlo. Entre ambos se halla la población que sufre las consecuencias de la destructiva confrontación.
El evitar estas trágicas consecuencias dependerá de si las organizaciones sociales de mayor peso no partidistas que actúan en la oposición logran encauzar sus esfuerzos en una dirección que conduzca a soluciones posibles de la crisis y no se desgaste en reclamos que al final no conducen a nada, exigiendo, a las fuerza políticas, tanto del gobierno como de la oposición -aún bajo las actuales circunstancias- que ha llegado el momento de evitar el choque y exigirles a ambos la realización de un diálogo constructivo.
Esta es una situación que debe encontrar una salida lo más pronto posible, porque la resistencia y paciencia que ha mantenido la ciudadanía puede venir fallando por cansancio, irritación o desesperanza y desembocar en una explosión cuyo costo social y económico es incalculable en términos de vidas humanas y de activos de la nación de dimensiones muy difíciles de predeterminar; pero, seguramente, de una gravedad extrema que hay que tratar de evitar con un esfuerzo colectivo, que debe estar dirigido no a destruir sino a buscar una solución que apacigüé a la población afectada por una crisis que no tiene sentido.
Este es un planteamiento que debe hacerse con carácter nacional exigiendo a las autoridades a las cuales compete (aun cuando han demostrado que no lo son) la toma de las decisiones pertinentes y hacerlo antes de que sea demasiado tarde. De no hacerlo se harán responsables de una situación extremadamente conflictiva, cuyas consecuencias (la diáspora ya ha iniciado) y con costos difíciles de predecir.