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In memoriam Mons. Castor Oswaldo Azuaje Pérez

Por CARDENAL BALTAZAR PORRAS CARDOZO

La muerte inesperada de un hermano con el que compartimos muchos momentos de la vida causa dolor y nos remite a reflexionar sobre el misterio de la vida, su sentido y trascendencia, poniendo en juego las razones que mueven la existencia. Mons. Oswaldo estuvo en Mérida procedente de Trujillo a fines de año, buscando “huir” del covid y descansar de las muchas tareas y afanes que llevaba encima. Se sentía golpeado por la muerte de uno de sus sacerdotes y por el peligro que corrían otros; la próxima beatificación de José Gregorio lo tenía activo y creativo, tanto con la comisión diocesana como con lo que se estaba haciendo en Isnotú. Su salud estaba quebrantada por diversas causas, aunque su ánimo era superior a todo ello, porque su vocación de contemplativo carmelita le confería una fuerza que le aumentaba la alegría de cumplir su misión. Compartimos inquietudes ante la próxima asamblea episcopal, a la que él no llegó…

Ha sido un bálsamo refrescante, leer los muchos mensajes de condolencia. Más allá de los cumplidos, sus muchos alumnos y seguidores han expresado su pesar y su agradecimiento por lo que aprendieron de él: sus mensajes, pero sobre todo, su testimonio personal. Hombre sencillo, cercano, profundamente creyente, amigo y director espiritual. Calladamente en sus diversas etapas de formación, superior y profesor, acompañante de procesos de crecimiento espiritual, animador de la vida consagrada en diversos cargos; luego, como obispo, auxiliar primero en su tierra natal, y luego como titular en Trujillo, tuvo como norte servir sin imponer, paciente y noble. En la Conferencia Episcopal manifestaba sus inquietudes y hacía propuestas; amigo del diálogo y lejano a toda actitud de división y exclusión. Un venezolano humilde, creyente, mejor religioso carmelitano, obispo a carta cabal. Caen muy bien las palabras que nos envió el Papa Francisco: “recordando a este abnegado pastor que durante su vida y con generosa fidelidad, entregó su vida al servicio de Dios y de la Iglesia”.

Cástor Oswaldo nació el 19 de octubre de 1951 en Maracaibo. Su padre, Cástor Azuaje fue militar y su madre, Paula Pérez de Azuaje, enfermera. Cursó la primaria en Mérida y el bachillerato en Maracaibo terminándolo en el Liceo Libertador de Mérida, donde entró en contacto con los carmelitas, descubriendo allí su vocación. Para el noviciado fue enviado al Monasterio Desierto de las Palmas, hermoso paraje en la provincia de Castellón (España). La filosofía la cursó en Zaragoza y la teología, un año en el Monasterio de Stella Maris, Israel (1971-1972) y tres años en la Facultad del Teresianum, Roma (1972-1975), especializándose en Teología Moral en el Alfonsianum de Roma, donde se tituló como licenciado en 1978. Espiritualidad en el Centro Internacional de Teología Espiritual de Ávila (España). El Obispo de esta ciudad, Mons. Gil Tamayo, envió sentido mensaje de condolencia. Dominaba varias lenguas: italiano, inglés, portugués y francés. Recibió la ordenación sacerdotal en la catedral de Mérida el 25 de diciembre de 1975 de manos de Mons. Ángel Pérez Cisneros.

Fue enviado por sus superiores a Costa Rica como formador y superior (78-84). Regresó a Venezuela y ejerció como Profesor y Director Espiritual en el Seminario Divina Pastora de Barquisimeto, ITER de Caracas y Seminario San Buenaventura de Mérida. Vicario Episcopal de la Vida Consagrada en Mérida (1998). Promotor de la vida consagrada en la CONVER. El Papa Benedicto XVI lo nombró Obispo Auxiliar de Maracaibo el 30 de junio de 2007 y fue ordenado por Mons. Ubaldo Santa, Mons. Baltazar Porras y Mons. Giacinto Berloco, en la Iglesia de San Tarcisio el 31 de agosto de 2007. Su santidad Benedicto XVI como IV Obispo de Trujillo (Venezuela), el 3 de abril de 2012. Tomó posesión de la Diócesis el 9 de junio de 2012 hasta su fallecimiento el 8 de enero de 2021.

A lo largo de su vida le fueron confiadas diversas responsabilidades tanto en la Orden Carmelitana como en la Iglesia venezolana y en el CELAM. Gracias por su fecunda vida y su mejor testimonio de hombre de Dios. Con San Juan de la Cruz, ante la presencia del Altísimo estará musitando sus versos: “En mí yo no vivo ya, y sin Dios vivir no puedo; pues sin él y sin mí quedo, este vivir ¿qué será? Mil muertes se me hará, pues mi misma vida espero, muriendo porque no muero”. ¡Descanse en paz!