Foto Cortesía.

Iconoclastas

La crónica menor – Cardenal Baltazar Porras Cardozo

Iconoclastia es una expresión griega que significa ruptura de imágenes, y una persona iconoclasta es aquella que se opone al culto de las imágenes sagradas. Fue un movimiento que surgió en la edad media con cierto furor, que en el mundo religioso tiene todavía algunos seguidores. San Juan Damasceno da la mejor respuesta: no se venera la materia sino al creador de la materia. Si lo aplicamos a lo cotidiano es como condenar a alguien porque lleva consigo la foto de una persona querida como si estuviera rindiéndole culto a un pedazo de papel.

Pero, la iconoclastia es un mal de la humanidad presente hoy de muchas formas en el mundo civil. Asistimos a la escena cotidiana de estatuas y bustos derribados por fanáticos que lo consideran un ataque a sus creencias, aunque las suyas sí hay que cuidarlas y venerarlas. Recordemos las espeluznantes noticias de destrucción de templos e imágenes en países musulmanes. En el norte, tanto europeo como americano, se han dado a la tarea de querer borrar la historia porque nombres como los de Fray Junípero Serra, por español es signo de la dominación colonial. En España ha entrado la furia iconoclasta de algunos alcaldes que sin ton ni son quitan de las escuelas signos religiosos católicos. Se ha armado una polémica tremenda porque los restos del Generalísimo Franco no podían estar en el Valle de los Caídos y se le negó más de un lugar para sus restos. Pero, los del otro extremo quieren repatriar los restos de Azaña. Si eso no es sectarismo e irracionalidad, habrá que buscar una nueva palabra en el diccionario para justificar una y negar la otra.

No nos quedamos atrás en nuestro querido suelo patrio. A Colón hay que descabezarlo porque fue el inicio de una conquista abominable. En el centro de Caracas, la añeja placita Padre Sojo, ha sido borrada para llamarla Alí Primera. Se exalta lo indígena y se le pone nombre de caciques o tribus, pero los indígenas de hoy no viven mejor, siguen siendo marginados y olvidados. Cada vez que cae un dictador derribamos las terribles cárceles donde se pudrieron miles de ciudadanos. Para qué, si al perder la memoria el nuevo que llega hace lo mismo. Si borrar la memoria significara mejorar el presente de los sufridos y desvalidos, a lo mejor serviría de algo. Buen ejemplo nos da el conservar los campos de exterminio nazis o las oficinas de las tenebrosas policías que acabaron con miles de vida. La memoria de Nerón en Roma no es para exaltar sus barbaridades sino para recordarnos que ese no es el camino correcto.

El Papa Francisco en “Soñemos juntos” comentando el capítulo 26 del Deuteronomio nos deja unas reflexiones de oro: “La ignominia de nuestro pasado, es parte de qué y quiénes somos. Recuerdo la historia no para honrar a los antiguos opresores, sino para rendir homenaje al testimonio y a la grandeza de alma de los oprimidos. Es muy peligroso recordar la culpa de los otros para proclamar mi propia inocencia”. “Cuando juzgo el pasado con los ojos del presente, queriendo depurarlo de su vergüenza, corro el riesgo de cometer otras injusticias y de reducir la historia de una persona a las faltas que cometió”. “La historia es como es y no como quisiéramos que fuera. Cuando intentamos derribar la historia real para instaurar una realidad ideológica, es mucho más difícil ver lo que nuestro presente necesita cambiar para poder avanzar hacia un futuro mejor”.

Ojalá no sigamos perdiendo la memoria para seguir cometiendo los mismos errores. La fraternidad y la justicia se construyen con la paciencia de respetar al otro, de dar y recibir perdón, y roturar nuevos senderos de equidad, de superación de las pobrezas y de paz.