La crónica menor – CARDENAL BALTAZAR PORRAS CARDOZO
Sugerente la propuesta del jesuita José Ignacio González Faus cuando afirma que «Los fascismos aparecen no solo porque hay hombres que quieren ser dictadores sino porque hay gentes que desean ser dictadas». Me limito a entresacar de sus reflexiones sobre la situación actual del mundo que se balancea sin equilibrio entre la libertad y la seguridad. El futuro no está en las manos de quienes creen falazmente que lo pueden dominar a su antojo. “Las izquierdas desconocen el pecado original y las derechas se aprovechan de él”. Las democracias se tambalean por el sueño de algunos en propugnar monarquías o eternos caudillos que ofrecen el oro y el moro sin tener más que palabrerías huecas.
Le parece oportuno a nuestro autor “sugerir la oportunidad de investigar cómo ha sido posible pasar del precioso “sueño americano” del s. XVIII a la situación actual. Luego he caído en la cuenta de que la pregunta puede generalizarse: cómo el precioso sueño de la revolución francesa (“libertad, igualdad, fraternidad”) pudo acabar en Robespierre y Napoleón… O cómo aquella preciosa revolución sandinista (que cantaba: “nuestro pueblo es el dueño de su historia” y “adelante que es nuestro el porvenir”), ha podido acabar en esa especie de trump-nica que es el señor Ortega”. “Grandes autores, creyentes y no creyentes (Dostoievski, Berdiaev, Nietzsche, Sartre…), afirman que al ser humano le pesa tanto la libertad que, en cuanto se le concede, busca cómo cambiarla por un “plato de lentejas” de seguridad”.
“En contra de lo que decía una apologética miope, el gran daño que hizo Marx a la causa revolucionaria (a pesar de lo acertado de sus análisis sociales), no fue el ser ateo sino el ser supersticioso. Hay ateísmos muy respetables aunque haya otros risibles o, como decía la ironía sutil de Homero: “no muy dignos de envidia”. Pero en la visión cristiana del mundo, la superstición es mucho más pecado que el ateísmo. Y la superstición de Marx consistió en creer que hay una ley infalible en la materia que conduce la historia hacia el paraíso. Más o menos como creer que la Virgen se aparece de vez en cuando para decirnos lo que hemos de hacer…”.
“Esa superstición marxiana dañó a muchos cristianos haciéndoles creer que la fe consiste en “creer que este mundo tiene remedio” y no en creer que tiene un pleno sentido la lucha para que este mundo tenga remedio: porque ahí “va Dios mismo en nuestro mismo caminar”. Además, esa superstición marxiana abarató fatalmente a las izquierdas y les dio una fe de carbonero en el futuro, azuzada además por la idea de la violencia como “partera” que acelera el nacimiento del paraíso. Creo que esa ilusión ha vuelto ligeras y perezosas a muchas izquierdas, obsesionadas por paladear ya los frutos de la revolución…, mientras que las derechas, que no defienden ideales sino sus propios privilegios, acaban siendo más diligentes y más cuidadosas. Aprendí por aquel entonces que “las izquierdas desconocen el pecado original y las derechas se aprovechan de él”.
“La libertad de los inconscientes es la única soportable; pero acaba convirtiéndose en una esclavitud tácita y manipulada. Mientras que cargar a solas con el riesgo de una decisión libre, produce un vértigo tal que procuramos eludirlo como sea: “no hay para el hombre preocupación más grande que la de encontrar cuanto antes a quién entregar ese don de la libertad con que nace esta desgraciada criatura”, le dice a Jesús el Gran Inquisidor de Dostoievski, consciente de que el mesianismo de Jesús, como enseñó Pablo, es un regalo de libertad y que por eso fue rechazado: “al estimar tanto al hombre le exigiste demasiado; de haberlo estimado en menos le habrías exigido menos y eso habría estado más cerca del amor”, continúa el inquisidor”.
Nuestra historia atraviesa, por tanto, una hora de eso que se llama “desolación”. La globalización de la indiferencia (diagnosticada como nuestro mayor pecado) intentaba ocultarnos esa oscuridad. Hasta que la inesperada pandemia nos ha obligado a reconocer que quizás sí que estamos en una hora oscura de la historia.
Para estos casos es tópico citar la frase de Ignacio de Loyola: “en tiempo de desolación no hacer mudanza”. Pero Ignacio matiza un poco más: no hay que hacer “mudanza de los propósitos y determinación en que estábamos el día antes” (EE 318)”. Pero sí que hay que “mudarse contra la misma desolación”. ¿Cómo?: “en mucho más examinar”, en más oración y “en algún modo conveniente de hacer penitencia” (319).
Bien vale ver nuestra realidad en el espejo de las reflexiones del anciano pensador jesuita, para sacar conclusiones y no quedarnos con los brazos cruzados.