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La unidad requerida – durmiendo con el enemigo

Por CARLOS OJEDA

Tengo recuerdos de los tantos años que disfruté de niño al lado de mi hermano Pablo. Un año de diferencia así como un número de cédula, apenas explican cómo estamos unidos. Graduado de Ingeniero. Como su hermano mayor le acompañé en cada uno de sus ascensos. Pablo José  se ganó el título de Licicenciado en Ciencias y Artes Militares. Otros honores de  alto rango le acompañan: Libertador, Francisco de Miranda y Segunda Cruz de las Fuerzas Armadas. Estas anteriores en Tercera, Segunda y Primera clase. Tal vez un par de horas de vuelo como piloto de Helicóptero al lado de José Vicente Rangel o de Marisabel puedan reflejar el carácter sencillo de uno de los militares más civiles y humildes con los que contó la Guardia Nacional.

La unión entre nosotros iba mucho más allá de la hermandad. Mi hermano es blanco y yo negro. Él con formación en la academia militar; yo en la universidad. El simpático y expresivo; yo retraído y más dedicado a las letras. Siempre fuimos y hemos sido unidos. Algunos recuerdos llegan a mi memoria, como un compartir en San Fernando de Apure que fue épico. Les narro: Los llaneros tienen cuentos -así como tienen poesías y música inolvidable. Alberto Arvelo Torrealba, el maestro escritor. Juan de los Santos Contreras, Juan Vicente Torrealba y tantos estarán en nuestra memoria. También los vegueritos que nos contaron estas cosas.

“Compa, si usted tiene una mujer en la cual no confía mejor busque alternativas.  Porque si la deja ir adelante se escapa. Si la lleva al lado estorba. Y si la deja atrás “se pierde”.  Al escuchar esto, el compadre le dice: no jombre compa si esa jodía hace eso le doy un coñazo. No compa no le pegue a su mujer compadre. Es un coñazo perdió. ¡No aprenden!

Nos formamos en un país distinto, donde el valor familiar, los principios y el compromiso con nuestro entorno eran parte del crecimiento personal. Teníamos la obligación de mejorar moral y económicamente para ascender en una escala social donde los principios éticos, familiares y hasta religiosos prevalecieron por encima de todos los intereses. También heredamos como un norte defender la nación y a nuestros valores patrios. Esa fue nuestra herencia democrática: la de la Generación del 28, Rómulo Gallegos y otros protagonistas.

Venezolanos con ideologías diferentes como Gustavo Machado o Pompeyo Márquez, quienes jamás pensaron en entregar la nación a ningún ejército extranjero. El ejemplo dado por el chiripero, luego de ganar las elecciones es la fiel demostración de que solo con sentimiento nacionalista – excluyendo ideologías– sí se puede llevar un país adelante. Nos jodimos como nación. Olvidamos la historia.

«Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas,

guardé silencio, porque yo no era comunista.

Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,

guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata.

Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,

no protesté, porque yo no era sindicalista.

Cuando vinieron a por los judíos,

no pronuncié palabra, porque yo no era judío.

Cuando finalmente vinieron a por mí,

no había nadie más que pudiera protestar.»

Martin Niemöller

El país cambió. La sociedad cambió. Nuestra antropología social se diluyó entre la “elástica” formación que heredamos de nuestros padres (obreros, maestros, artesanos y uno que otro profesional) y el no inculcar valores morales y éticos a la nueva generación. Una nueva generación de políticos floreció en el ambiente televisivo, gracias a  la amplia cobertura que desarrollaron los medios de comunicación desde la llegada de Hugo Rafael. También una nueva generación de partidos registrados con supuestos dineros públicos sin el más mínimo criterio de resguardo moral.

Políticos de vieja y nueva data coqueteaban a la sombra de un gobierno dadivoso y sin doctrina, formados por felones y bribones que soñaban con una Venezuela distinta donde los políticos, jueces, militares y empresarios sucumbieran ante las mieles del poder.

Veinte años después, una generación  –cuatro lustros- podemos afirmar que nuestra sociedad cambió –y no para bien