Por CÉSAR PÉREZ VIVAS
En agosto de 2007 entró en vigor el llamado Bolívar Fuerte sustituyendo al tradicional. El 1 de enero de 2008 se ejecutó la primera reconversión monetaria. Se le quitaron tres ceros al signo monetario.
Este Bolívar fuerte duró hasta el 20 de agosto del 2018, cuando comenzó a circular el llamado Bolívar Soberano, con la segunda reconversión monetaria del chavismo, lo que significó la supresión de cinco ceros más al ya raquítico y nada soberano billete nacional.
Y este miércoles 24 de febrero de 2021, el inefable Nicolás Maduro anunció el Bolívar digital. En medio de este carnaval de apellidos para nuestro signo monetario, aparecieron candidatos a sustituirlo: El Sucre y El Petro. Toda una fantasía discursiva, arrebatos demagógicos, típicos de este tipo de personajes irresponsables a quienes no les importa la vida de toda una nación. Consideran que materias como éstas se manejan con la ligereza que aplican, para tomar la decisión de poner un puesto policial en cualquier esquina.
El tránsito desde el Bolívar fuerte, pasando por el soberano, para llegar al digital es la historia de la destrucción de un país, de su economía y de sus instituciones, hasta llevar a la miseria a un pueblo. Lo cierto es que el Bolívar no ha sido fuerte, ni tampoco soberano y mucho menos será una moneda digital confiable.
Todo el discurso farragoso, patriotero y mentiroso de Maduro y su camarilla, para anunciar las macro devaluaciones, no son otra cosa que la simulación y mentira respecto del manejo catastrófico de nuestra economía. Son la evidencia de una irresponsabilidad sin límites, de una camarilla que no termina de admitir su absoluto y total fracaso en la administración de las finanzas públicas.
En cada etapa de ese proceso destructivo, los demoledores socialistas tenían su culpable. Al comienzo era la oligarquía criolla. O la colombiana. Los comerciantes fueron el blanco favorito de la campaña política para justificar la inicial inflación. Inventaron el dakaso y otros mecanismos confiscadores para confundir a ingenuos y desinformados ciudadanos. Luego empezó a ser el imperio. Más tarde se inventaron el cuento de la guerra económica. Ahora toda la tragedia es culpa del “bloqueo”.
No existe una sola manifestación de admisión de responsabilidad. No admiten que tienen 22 años manejando la más cuantiosa suma de dinero que gobierno o partido alguno haya podido manejar en nuestra historia económica. No fue ni la oligarquía, ni Colombia, ni Estados Unidos los que han administrado el Banco Central de Venezuela. Tampoco fueron ellos los que nombraron los ministros de finanzas, petróleo y demás dependencias gestoras del Estado. Todos esos burócratas los nombró Chávez y Maduro.
La economía socialista establecida e impulsada por Hugo Chávez sólo sirvió para autorizar el saqueo de la riqueza nacional a manos de una camarilla de funcionarios, la mayoría militares, y de sus socios, que a través de las estatizaciones, misiones, subsidios, Cadivi y un sin fin de artilugios, lograron el milagro de saquear Venezuela y convertirla en una nación arruinada.
La destrucción de la moneda nacional no es sino el reflejo de la destrucción de su economía y de la ruina de sus finanzas públicas.
El festín de pillaje y derroche lo comenzó Hugo Chávez cuando anunció el uso de “el millardito”. Él se empeñó en gastarse las reservas del Banco Central. La Constitución y la ley lo prohíben. Chávez hizo cambiar la ley del Instituto emisor. Allí comenzó esta carrera loca hacia la destrucción y pulverización del bolívar.
Entonces tuve por lo menos la tranquilidad de haber levantado mi voz y mi voto en contra en la Asamblea Nacional. Junto a varios colegas de entonces, solicitamos la nulidad de dicha reforma ante las Sala Constitucional del TSJ, dada la abierta contrariedad de dicha reforma al texto constitucional. La sumisa sala no admitió nuestro recurso.
Hablamos al país. Poca gente le prestó atención a la denuncia. Ni siquiera los gremios empresariales. La sociedad estaba eufórica con Chávez y su boom petrolero. Todos querían estar en buena relación con el poder para recibir sus favores. Tal y como lo anunciamos entonces allí se abrió la puerta para llegar a la brutal hiperinflación del presente, así como a la impunidad con la que se saqueó la gran riqueza petrolera del presente siglo.
Más allá de vender a escondidas y a precio de gallina flaca los activos de la República, escudados en la inconstitucional Ley Antibloqueo, para que los mismos amigotes de la cúpula roja monten sus negocios en las instalaciones de las empresas del Estado, así como la apertura total para que esos mismos amigos puedan importar lo que a bien tengan traer para vender, aquí no hay un programa económico serio de reestructuración de la economía.
La dolarización de facto es el resultado de una realidad que el régimen ya no pudo impedir. Ahora buscan desesperadamente, a través de sus bancos oficiales, tomarles a los ciudadanos sus divisas para darle bolívares digitales devaluados. Ese es el gran anuncio de Maduro. Sus bancos ahora serán las casas de cambio para poder acceder al denigrado dólar.
Mientras se mantenga un Estado forajido, una legislación comunista, una burocracia corrompida, no habrá una economía sana de mercado. Lo que estamos observando, fundamentalmente, es una instalación de comercios de actores protegidos desde la cúpula del poder. Habrá una que otra excepción, que siempre las hay. Pero los signos de la mano del régimen en esos negocios son tan ostensibles que es imposible ocultarlo.
De modo que no hay una nueva economía productiva, ni competitiva. Lo que se está observando es una economía cuasi mafiosa. Y una economía de esa naturaleza no produce un crecimiento serio y confiable del Producto Interno Bruto, que permita darle sostenibilidad a un “bolívar digital”.
En consecuencia, ese bolívar digital será más basura digital de la tanta que a diario produce la revolución bolivariana.