Por CARLOS OJEDA
Podrán percibir mis desocupados lectores, mi afinidad con tierras llaneras. Debe ser así ya que nací en Acarigua –la tierra donde José Antonio Páez se inmortalizó como héroe por sus hazañas libertarias. Sin duda también han distinguido que mi narrativa se diferencia notablemente de la de mis colegas escritores de este y otros periódicos. Razones hay suficientes; no tantas como se merecen ustedes mi respetable público –y sin ánimos de polemizar– quisiera explicarles el porqué de esta acotación. Mis referencias en producciones literarias no podrían jamás compararse con los poemas de José Pulido y sus disertaciones en los grandes escenarios europeos; los artículos del Dr. Jesús Eduardo Troconis, escritor y catedrático; las redacciones de un político de la experiencia del Dr. William Dávila; las estimulantes crónicas de nuestro Cardenal Baltazar Porras; y esas exquisiteces literarias del embajador Antonio Ecarri, miembro de la academia de la historia. Todos tienen algo en común: una sincera amistad con su humilde servidor. También el compromiso de dar nuestro mejor esfuerzo por reconstruir una sociedad de valores y principios.
Debo aclarar, sin embargo, que todos ellos me aventajan en estudios y en edad –tal vez no tanto en sentimientos, pero sí en longevidad. Les cuento: Luego de ser Presidente de la República el Dr. Luis Herrera Campins se grabó en el corazón de los venezolanos el uso de los refranes como un medio de respuesta inmediata ante las preguntas capciosas de periodistas malintencionados. El título de mi artículo es un refrán bastante común en toda nuestra geografía.
Desde que en 1999 el presidente Chávez –electo por voto mayoritario– comenzó a despachar desde Miraflores, los ciudadanos formados en democracia dejaron en el pasado a esos partidos políticos que les dieron capacitación, estudios e instrucción para “evolucionar” hacia una utopía, en la cual la política se convirtió en el pan de cada día. Se entregaron a un Mesías pleno de retórica —de un verbo encendido— que, conjugado con el comportarse displicente de los políticos de oposición, lograron consolidar en el poder a quienes jamás han construido nada. ¡Ni ideas!
¿Qué haremos si nos los cortamos? ¿Con qué miaremos? Son preguntas que les podrían sonar grotescas o les podría ofender en su formación intelectual, pero jamás encontrarán en ninguna página de Google. Son una expresión usada por el gentil pueblo tachirense, que escuché repetidamente de mi compañero de pregrado en la ULA, el Ing. Oswaldo Valero. Es una frase del pueblo andino que se podría interpretar como la gran interrogante planteada por los próceres de la revolución ante su ineptitud gerencial. Con la respuesta obvia ya conocida. ¡Renombremos las obras que construyó la democracia! Pues sí. Hugo Rafael, con la mayor bonanza petrolera de todos los tiempos (de 7.98 $/Barril hasta 120 $/Barril) logró estafarnos el mejor futuro que hayamos podido soñar. Él y sus secuaces con sus complejos, vanidades y esa perversa ignorancia pueblerina, sepultaron la gran nación imaginada por Simón Bolívar. Una sociedad de hombres libres.
Quienes nos gobiernan tuvieron que acudir al mismo método por el cual obtuvieron sus títulos y diplomas para consolidarse en el poder. No en balde Jorge Rodríguez lo primero que se le ocurrió para frenar el revocatorio fue la “reparación” de las firmas. Revisen su expediente estudiantil y entenderán cuántas veces él tuvo que asistir. ¡No me creen! Investiguen.
Refritos, copias, reedición, plagios son algunos de los calificativos utilizados para arrogarse la creación de obras que no son originales en cuanto a la creatividad de los bribones que estafan a quienes les creen. Solo quiero referirme a obras supuestamente “reinauguradas”. Podría citar muchas, pero solo vienen a mi memoria en este instante dos: La inauguración de la autopista Gran Mariscal de Ayacucho (construida en democracia con el nombre de Rómulo Betancourt, medio culminada e inaugurada en revolución). Y la central Hidroeléctrica Raúl Leoni (planificada en el trienio presidido por Rómulo Betancourt), la cual ni siquiera pudo ser concluida en Revolución en sus etapas como Tacoma y otras. Es más, aún esperan por la gerencia adecuada para su buen funcionamiento. Un nuevo nombre si tienen previsto: “Central Hidroeléctrica Simón Bolívar”. Podría redactar un testamento de las obras “reinauguradas” y planificadas desde cuando la democracia pretendía hacer de un país de ciudadanos una nación libre del militarismo y el caudillismo. Por ahora, las metas no han sido logradas.
En Portuguesa existieron un par de aeropuertos: uno de ellos en las ciudades de Acarigua-Araure., inaugurado en democracia con el nombre de “Oswaldo Guevara Mujica”. Primer aviador con estrellas en los hombros. El Tte. Coronel de la aviación (R). Wilmar Alfredo Castro Soteldo, ministro en varias oportunidades y Gobernador electo en el 2008–2012. Fue uno de los mejores pilotos de Bronco y Mirage (si olvidamos la pendejera aquella de los tres aviones Mirage perdidos que aparecen en las páginas de Google). Al comenzar su gestión, comenzó a adecuar el antiguo aeropuerto. Un millón de dólares ($1.000.000,00) después –con nueva fachada- con la misma pista, sin modernización instrumental y sin vuelos comerciales programados se inaugura el aeropuerto “Batalla de Araure”. Por fin los Araureños tendrán su aeropuerto. Ya inaugurado antes y al cual no le llegará ningún vuelo en ruta nacional. “La revolución remienda porque no pueda estrenar”.