Las bragas de la Fiscal
Nunca pensó la Fiscal General de la República Bolivariana de Venezuela que sus bragas y otras intimidades serían expuestas al odio público nada menos que por el mismo régimen del cual fue figura prominente. No me alarmé cuando vi en tuiter el video posteado que muestra al SEBIN, brazo represor del régimen oprobioso, echaba abajo las puertas de seguridad cual delincuentes actuantes con la mayor impunidad, con gran despliegue de cámaras y de periodistas de baja calaña pertenecientes vergonzoso staff del canal del Estado, Canal 8, el canal de todos los venezolanos. Mientras el taladro perforaba las puertas, los fablistanes tarifados describían con lujo de detalles, como cualquier ranchúo deslumbrado, que el hogar violado tenía pisos de mármol travertino, que el apartamento de lujo tenía no sé cuántos metros. Muchísimos, menos, por cierto, que la oficina del general Padrino López, en la que fácilmente caben tres apartamentos de la Misión Vivienda. Así, pues, destrozada la doble puerta de seguridad, tan común en las viviendas venezolanas de clase media de cierto nivel para resguardarse del hampa, las manos de los bárbaros temblaban con codicia. Los fablistanes se atoraban en descripciones, cual Howard Carter ante la tumba de Tutankamón, el hallazgo del tesoro de Luisa Ortega. Los desdentados se metieron en el closet de la Fiscal para curucutear su vestier. Mostraron desde sus pantaletas Victoria´s Secrets hasta las etiquetas de los trapos de marca, a simple vista, trapos outlet, nada de haute coture, como los que si visten, entre otras revolucionarias de pacotilla, Delcy Rodríguez y la otrora sumariadora de la PTJ de Yánez Pasarella, mentada con el mote de “primera combatiente”, cuyo único combate, por cierto, ha sido el de “amarrar” a su ignorante marido. Todavía no nos vamos a referir a la “colección de arte” que ha causado asombro en hipócritas marchantes de arte venezolano, matraqueros profesionales que saben perfectamente cómo se bate el cobre en ese cochino mundo del arte. Por ahora, a la Fiscal. La doctora Luisa Ortega Díaz es una reconocida abogada, egresada de la Universidad de Carabobo, con especialización en derecho penal, y derecho procesal por la Universidad Católica Andres Bello. Cincuentona: nació en Valle de la Pascua, en 1958. Ingresó al Ministerio Público en el 2002. De manera que, por su edad y jerarquía, lo menos que puede tener es ese apartamento de “lujo.” Luisa Ortega es una mujer culta, duélale a quien le duela, porque las cosas hay que decirlas como son. Con ella me topé unas dos veces en la Marquetería Dimaca, en Los Palos Grandes, de las mejores marqueterías caraqueñas. Si bien no llegué a cruzar palabras con ella, deduje, por su conversación sobre arte con el dueño del negocio, Héctor Iguini, que era una mujer especial. Sencilla, amable, cariñosa. En una oportunidad ambas coincidimos allí con mi amigo el pintor Mateo Manaure (Mateo le impartió clases de pintura), a quien conozco desde hace tres décadas, tengo obras de él, algunas compradas, otras regaladas y dedicadas por el pintor a mi hijo. María Luisa Manaure, su ex mujer, sigue siendo mi amiga entrañable. El caso es que en esas tertulias en Dimaca me enteré que Luisa Ortega no solo le gusta la buena pintura, sino que también pinta. Pintaba para desestresarse, como muchos políticos de renombre mundial lo hacían para desconectarse de sus exigentes actividades. Churchill, pintaba. Pavarotti, también. Rómulo Betancourt, se evadía leyendo novelas policiales. Y así. Luisa Ortega dedicaba sus sábados al arte, recorría, con discreción, galerías. No compraba, se las regalaban.
Ahora los críticos de arte se rasgan las vestiduras criticando a las obras colgadas en las paredes del hogar de la Fiscal. Nada del otro mundo, me dijo uno de los grandes maestros cuando vimos juntos el videoclip. Un Jacobo Borges lo podía tener cualquiera. En aquel entonces, el dólar estaba a tres por lochas, y la gente invertía en las pocas cosas que podía invertir, el arte y el vino seguían siendo baratos. ¿Una serigrafía de edición limitada de Andy Warhol? Cualquier jalabola pudo regalársela. Venezuela funciona así, con los adecos y los copeyanos, y ahora los chavistas, que se forraron. Los políticos siempre están rodeados de ávidos contratistas. Hay que tener músculos de hierro para no caer en tentaciones. Rómulo Betancourt jamás lo hubiera aceptado, proponérselo hubiera sido una indelicadeza imperdonable. Cuando comenté en tuiter que Luisa Ortega cuidó con esmero la colección de arte de la Fiscalía General de la República, los talibanes brincaron sobre mí como pirañas. Hice mutis, sabía perfectamente lo que estaba diciendo. “Me consta”, fue mi respuesta. Y me consta. Un sábado, estando en la Marquetería Dimaca, llegó un chofer de la Fiscalía con dos cuadros del maestro Alirio Rodríguez, mi compadre y amigo de toda una vida. Las obras, cuyas fotografías saqué, y que estoy echando abajo mis archivos para documentar esta nota, habían sido enviadas a Dimaca para su restauración. Estaban bastante deterioradas por la humedad. Pedí permiso a Héctor para tomar fotos a los lienzos, por ambos lados. Héctor Iguini restauró toda la colección de la Fiscalía, no solo las de Alirio, a quien por cierto nunca le dije nada porque Héctor me pidió discreción. Héctor es un hombre muy noble, lo conozco desde hace cuarenta años. Él también es amigo de Leopoldo López, otro asiduo a la marquetería. El caso es que Luisa Ortega dejó de frecuentar la tienda de monturas de cuadros porque, cada vez que iba, la gente se arremolinaba para decirle cosas y cacerolearla, por lo que prefirió ir a la Fundación Iguini, que está situada en una hermosa casa cercana al auto mercado El Patio. Estar allí, entre obras y esculturas y sentarse a degustar un vinito en una sombreada terraza con vista al Ávila, es realmente una delicia. Ahí iba Luisa los sábados, y se juntaban varios pintores. Siempre pagó las monturas de sus cuadros, y hasta Héctor le impartió clases de pintura. También en ese ambiente revisaron el libro original de la Colección de Arte de la Fiscalía, por cierto plagada de errores, con nombres equivocados, y cosas así, dedicándose a hacer las respectivas correcciones para la nueva edición que la señora Ortega dejó bien organizada. Ese catálogo lo tendré muy pronto en mis manos y se los comentaré.
Extrañamente siete días después, VTV muestra imágenes exclusivas del allanamiento a la casa de la Fiscal General Luisa Ortega Díaz #23Ago pic.twitter.com/IorzL6S2mO
— El Nacional (@ElNacionalWeb) 23 de agosto de 2017
La apreciada Beatriz Sogbe, ingeniero civil, directora de Imparques en tiempos de mi primo Jaime Lusinchi, como mujer culta que es, terminó como crítico de arte de la revista Zeta y El Nuevo País, donde comenzó escribiendo sobre matas y jardines. Nunca olvidaré mi jardincito a lo Pulgarcito que ella y su esposo José Miguel (arquitecto) diseñaron en mi jardin de cinco metros cuadrados. Todavía lo conservo. Beatriz terminó como crítico de arte. Sabe mucho sobre el particular. Según Beatriz, uno de los cuadros expuestos por el SEBIN en el apartamento de Luisa Ortega, es una edición limitada de Jacobo Borges que no salió a la venta. Solo los vendió Freites, y tiene un costo de $40 mil, los cuales antes del derrumbe económico no significaban gran cosa. Beatriz dice tener todos los catálogos de las subastas venezolanas y latinoamericanas, en consecuencia, es fácil conocer quién fue el dueño original que tal vez le regaló el Borges a Luisa Ortega. La envidia es el peor de los pecados, y los venezolanos somos muy dados a mirar el plato ajeno y no miramos el propio.
Lo dicho, Venezuela es como una película de vaqueros, pero sin muchacho (Poleo dixit). Es sabido que los críticos de arte -y no se diga los galeristas-suelen matraquear, como se dice vulgarmente, a los artistas a cambio de una chroniques d´art o de incluirlos en los catálogos.
Les recomiendo, pues, leer El Legado de Palombini, de Morrist West. Allí está reflejado, en toda su desnudez, lo que es el mundo del arte. Y, quien esté libre de pecado, lance su primer lienzo…