Por Alberto D. Prieto
…va una letra, y nada más.
Vuelven a las portadas mis malos de la infancia. Gastaban nombres de tebeo barato, con papel de bajo gramaje y en blanco y negro. ‘Dienteputo’, ‘Artapalo’, ‘Santi Potros’… Sus correrías criminales, por el contrario, eran emboscadas reales: mataban siempre que podían. Y a cuantos más mejor.
En las casas de los guardias civiles hacía frío, pero fuera mucho más. La ropa se tendía dentro, que nadie fuera a ver que lo que se lavaba allí era un uniforme, que aunque todos sepan quiénes somos y sólo nos sirvan chatos de vino en la cantina del cuartel, no hay que provocar.
La Guardia Civil estaba sola, rodeada de odio y silencio, mientras llovían gotas gordas de pólvora, carne quemada y pedazos de automóvil por cada bomba en unos bajos o al paso de un furgón. Salir a trabajar o regresar después del turno era aún más peligroso que ejercer con la ley de tu parte. Cuando la tamizada luz del poco sol que malcalienta el País Vasco aún no se abría hueco por los angostos callejones, los soportales escondían tiros en la nuca al amanecer.
Siempre después de los rumores a tu paso, o de dianas con tu nombre pintadas en la tapia del colegio de los niños, o de miradas desafiantes desde la puerta de una herrikotaberna. El indulto era durar un día más. Porque casi cada día las portadas de la prensa, los noticieros de radio, los informativos de la tele escupían a nuestra cara que un atentado más y un guardia civil menos.
Este domingo ha salido de la cárcel uno de los villanos que más titulares se ganó. Con letras de sangre ocupó las portadas por nada menos que 40 muertos. Es un viejo malencarado de barbilla alta, rapado y con chándal. La prensa ha acudido a la puerta de la prisión de Topas (Salamanca) a preguntarle a ‘Santi Potros’ que cómo estaba al salir de la celda, después de 31 años a la sombra. ¿Y a quién le importa?, pensaba yo, si lo que querríamos es borrarte del mapa.
Pero sí que importa. Sería bueno que nos creyéramos que este tipejo ha pagado su deuda con la sociedad. Pero el caso es que el kilo de muerto le ha salido muy barato. Estaría bien que no lo fueran a recibir cual hijo predilecto en su pueblo de Lasarte. Pero sólo este año llevamos 99 recepciones a los que manejaban explosivos y pistolas, con sus aurreskus y txalapartas. “Más homenajes que cuando existía ETA”, denuncian desde Covite (Colectivo de víctimas del terrorismo).
ETA dejó de matar hace ya años, dijo que no lo haría más hace otros pocos, anunció su disolución va para 12 meses e hizo como que entregaba las armas a inicios de 2018. Y, a pesar de toda la ventaja que los villanos nos han dado, los buenos de la película seguimos peleando por los réditos de sus despojos.
Un artículo de Jurate Rosales [léalo aquí] explicaba muy bien el porqué de la ruptura en la oposición venezolana: todos prefieren colocarse para el día que caiga el régimen antes que unirse para hacer que caiga… y así no caerá. Parecido pasa por aquí.
Podríamos haber aprovechado para que todos los demócratas se sentaran a una mesa y acordaran lo mejor para todos. Por ejemplo, la dispersión de presos etarras, ¿qué buscaba? Debilitar a la organización terrorista y darle libertad a cada uno de los esbirros para que se pudieran arrepentir. Aun más, el apoyo a las víctimas, ¿qué persigue? Que nadie cambie el relato de lo que pasó porque unos eran el bien y otros el mal, unos nos defendían a todos y otros los mataban.
Sin embargo, en lugar de indultarnos unos a otros los errores del juego político, hoy hacemos pelea del acercamiento de presos como si los buenos ganadores tuviésemos que discutir los argumentos de los malvados vencidos.
¿Qué le va al nacionalista PNV para que haga bandera de la defensa de los derechos de unos criminales sanguinarios? Probablemente, que compartan electorado potencial con lo que queda de ETA, su brazo político. ¿Y por qué se sube al carro el Gobierno de Pedro Sánchez? Porque no le queda otra que aceptarlo como precio a su apoyo en el Congreso.
Si entre todos acordaron poner a cada etarra preso en cárceles lo más lejanas posibles y esa política cumplió su objetivo, dejar de aplicarla y cómo hacerlo también debería ser consensuado. Salvo que quieras recoger las nueces del árbol que otro meneó a bombazos.
Entretanto, el nuevo Partido Popular de Pablo Casado aprovecha que hoy está en la oposición para subirse al discurso de las víctimas. Así puede reprochar las componendas de quien hoy ocupa la Moncloa amparado en una legitimidad incuestionable. Pero una política de reconocimiento, memoria y dignidad a los familiares de los muertos y a los heridos no debería tener color político. Salvo que se quieran enarbolar, pasados los años, esos trozos de carne quemada como si no hubiera víctimas en el otro ala del Congreso.
Este mismo domingo, cachorros independentistas vascos de no más de 20 años han acosado e insultado a Casado en Vitoria, capital del País Vasco, en la fiesta mayor de la Virgen Blanca. Para estos niñatos, los villanos de su infancia fueron los que encarcelaban a sus padres, tíos o primos de ETA.
Sus mayores aprovecharon el tiempo para editar malos tebeos a todo color en las redes para convencerlos de que aquello fue una lucha gloriosa, mientras los demócratas malgastaban los años peleando por una falsa posición de ventaja. Nunca la tendrán mientras no se unan para derrotar también el relato de los villanos.
Y por eso en Lasarte reciben a ‘Santi Potros’ como a un héroe. Y por eso vuelven las dianas en las tapias de los colegios. Y por eso insultan y amenazan y hay que aguantarse.
Somos el único país en el que gana el bien y el mal escribe la historia. De indulto a insulto va una letra, nada más, y nada menos.
Alberto D. Prieto es Corresponsal Internacional de OKDIARIO.